Los cristianos celebramos hoy uno de los días más bellos y jubilosos de nuestro calendario litúrgico. Es el Domingo de Ramos. Este día celebramos la llegada de Cristo a Jerusalén como ese Rey tan especial, único, que ha sido y es. A lomos de un burrito acompañado de un ejército de palmas con el que consiguió conquistar al mundo y ponerlo a sus pies.
Este es un Domingo de Ramos diferente, atípico, ya que todos los actos con aglomeraciones y desfiles procesionales han sido cancelados por la pandemia de coronavirus que azota el planeta. Pero, igualmente, es un día hermoso en el que vamos a recrear la crónica de aquella jubilosa mañana de la llegada de Cristo a Jerusalén que ofrece San Mateo:
"Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:
- Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: "Decid a la hija de Sión: 'Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila'."
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:
-- ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:
-- ¿Quién es éste?
La gente que venía con él decía:
-- Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea".